Diseñar mano a mano con cineastas, dedicarse a públicos restringidos, mimar los cortometrajes, poner imagen a festivales… Recorremos estos espacios de la gráfica para cine en los que el diseñador valenciano va dejando algunas de sus huellas.
Dani Sanchis dedica buena parte de su trabajo al diseño de carteles de películas y derivados, en una esfera particular donde la fidelidad a la visión de los autores pesa más que las leyes del marketing. «Ojo, yo pienso que un cartel debe ser comercial, entendiendo la palabra sin sentido peyorativo; la RAE lo define como algo que tiene fácil aceptación en el mercado que le es propio», aclara nada más empezar la entrevista. Proponemos aquí un resumen —al hilo de una generosa charla— de las mejores cosas de ser diseñador para un tipo de cine que se proyecta más en festivales y museos que en salas convencionales.
Para empezar, se diría que Sanchis disfruta de la rara posibilidad de perseguir lenguajes propios en sus diseños, que son claros y directos, muchas veces llenos de pequeñas rebeldías gráficas que en una campaña al uso no serían admitidas.
Le gusta mantener la sencillez: «La simplicidad en el diseño nos ayuda siempre a captar la atención más rápidamente, a comunicar de una manera más ágil, rápida y funcional». Es uno de esos creativos que se sorprenden cuando se le señala que tiene un claro estilo personal: «Yo no voy en busca de un estilo propio, me importan más las necesidades del proyecto; pero es verdad que me piden cosas muy mías». Por ejemplo, es un as del collage, técnica que lleva practicando desde pequeño y que, de hecho, fue la que le llevó a su primer encargo importante en cine, la gráfica de estreno de La mujer sin piano (Javier Rebollo, 2009), protagonizada por Carmen Machi (en una de las habituales incursiones de la actriz en las antípodas de la ficción de masas) y Concha de Plata al mejor director en San Sebastián. El director quería explorar esa técnica y una amiga común les puso en contacto. Aunque sobre esto Sanchis también puntualiza con firmeza: «El collage es un medio, no me gusta que me lo pidan tal cual, la cuestión es encontrar el lenguaje idóneo para cada cartel».
Efectivamente, en esa primera colaboración con Javier Rebollo recorrieron todos los caminos posibles, como unas ilustraciones conceptuales que expresasen el viaje interior y exterior de la protagonista. Rebollo se involucra a fondo en todos los aspectos plásticos de sus películas, incluido el cartel.
Esa es otra de las grandes ventajas de trabajar en proyectos bizarros, el trato directo con los cineastas. En este caso, llegaron a hacer, mano a mano, más de 40 carteles (que serían incluidos como un extra más del DVD). Finalmente se decantaron por basar el cartel en una fotografía de Carmen Machi, tratando de no perder la atmósfera cultural y personal del proyecto. Con solo girar 90 grados la fotografía ya queda claro que se trata de una película diferente: «Yo trato siempre de usar fotos del rodaje más que fotogramas, mostrar una imagen que luego no verás en la película, encontrar algo que la ilumine sin mostrarla directamente».
De aquel trabajo surgió una amistad con Rebollo cuyo último fruto son las propuestas de cartel para Close to the sultan, la historia de un cinematógrafo aventurero que en 1901 respondió al siguiente anuncio: «El venerable Sultán de Marruecos, Moulay Abd el-Aziz, busca quien le inicie en los misterios de la cámara oscura y el cinematógrafo».
Otro creador cliente habitual de Sanchis es Lluís Miñarro, productor que lleva décadas sacando a flote obras de autores como Isabel Coixet, José Luis Guerín, Albert Serra, Marc Recha, etc., y las suyas propias como director. La colaboración más reciente con Sanchis es el cartel de Love me not (2019), protagonizada, entre otros, por Ingrid García-Jonsson, Lola Dueñas y Oliver Laxe: «Una heterodoxa adaptación de la tragedia bíblica Salomé, escrita por Oscar Wilde. En esta particular aproximación al mito, Miñarro ambienta la acción en una guerra metafórica del Oriente Medio que bien podríamos identificar como la contienda iraquí de la pasada década».
Para el cartel, inspirado en el de una película japonesa de los años 70, Shunkinsho (Katsumi Nishikawa), produjeron una fotografía muy concreta, tan potente que solo ha hecho falta vestirla tipográficamente. Se percibe claramente la sintonía creativa y la confianza mutua entre director y diseñador (la foto es de Lucía Carretero, por cierto).
Pero Sanchis también sabe manejar el sutil equilibrio entre ceder a la voluntad el cliente y defender su propia visión del cartel. Por ejemplo, para la campaña de estreno de Carmen y Lola (Arantxa Echevarría, 2018) —drama sobre una pareja de gitanas adolescentes—, el concepto fue cambiando a medida que la distribuidora veía crecer las posibilidades de la cinta. «Era una película pequeña que se hizo grande», cuenta Sanchis, por lo cual acabaron pidiéndole un diseño que abarcase un público más amplio.
Pasaron de un código muy europeo, con la francesa La vida de Adèle como gran referente, a algo más abierto, desligando el cartel de la parte más dramática de la película y dando pistas sutiles del costumbrismo en el que se mueve la historia. La composición del título se convirtió, además, en un auténtico logotipo. «Pero a mí me hubiese gustado hacer un cartel menos convencional», cuenta el diseñador.
De vuelta a sus carteles más artísticos, podría decirse que otra ventaja de este tipo de proyectos es que proporcionan un entorno de juego controlado y que poder hacer a medida. Dani Sanchisdisfruta de la escala reducida de su estudio, del terreno flexible que le permite afrontar el encargo en solitario o abrir la puerta a otras manos creativas si el proyecto lo requiere. Es el caso del ilustrador Riki Blanco, con quien realizó el cartel de El muerto y ser feliz (de nuevo Javier Rebollo, 2012):
«Hay un universo muy especial en la película que habría resultado difícil de reproducir con fotografía, decidimos hacerlo con ilustración irónica que le va al tono de la película».
Otra colaboración reciente es el dosier de desarrollo de El inútil, un proyecto de Daniel Remón, para cuya portada Sanchis contó con el ilustrador Fede Yankelevich «por su gran control técnico y su capacidad para ilustrar tanto a nivel alegórico como literal».
Los dosieres de desarrollo de películas, una herramienta básica para el cara a cara de la producción ejecutiva, son una pieza desconocida para el gran público, pero un auténtico regalo para los diseñadores y, muchas veces, ejemplos de grandes diseños. Un feliz encuentro entre el cine y el diseño editorial en el que Sanchis se mueve con soltura (como demuestran la maquetación y las ilustraciones que aportó él al proyecto de Remón, que son prácticamente poemas visuales).
Los cortos son otra de sus zonas de libertad creativa y divertimento gráfico. Por ejemplo, para el cartel de Sushi (Roberto Martín Maiztegui, 2018) convenció a los creadores para hacer algo atrevido, con un efecto pretendidamente descuidado, algo que fuese de alguna manera doméstico y sofisticado a la vez: estética de fotocopia y fotografías de unos coyotes, que contrastan con el título culinario. Una mezcla que llena de preguntas a quien observa el cartel.
Festivales, teatro, literatura… Podríamos seguir hasta el infinito desgranando el trabajo de este creativo formado en la escuela de artes y oficios de Valencia (aunque confiesa que sacó más partido de sus compañeros y de todo libro o revista que caía en sus manos). Dani Sanchis ha conseguido crear su impronta y definir su camino en la profesión: «Yo no es que pretenda quedarme específicamente en el cine de resistencia, lo que quiero es no perder mi manera de trabajar, avanzar hacia sitios que me motiven, me aporten algo nuevo y donde yo pueda también aportar algo». Y ahí despliega otra ventaja de su perfil especialmente interesante: mantener la función social del cartel.
Cuenta que le gusta entender el trabajo de diseñador no solo como un mero apoyo a la publicidad, ir más allá de la pura invitación al consumo (aunque sea de cultura).
Y, sobre todo, no hacer carteles que engañen, carteles que no sean fieles a la película. «La estética nos puede ayudar a convivir mejor, el diseño gráfico tiene mucho poder para mejorar nuestra vida. Vivimos en mitad de mucho impacto visual, tenemos la responsabilidad de tratar de hacer un mundo más agradable. En la Comunidad Valenciana, por ejemplo, se están haciendo las cosas mucho mejor que hace un tiempo, hay mucho movimiento. Solo espero que los diseñadores no caigamos en la trampa de trabajar pensando solo en nosotros mismos. La gente necesita adquirir una cultura visual, tenemos la responsabilidad de hacer un trabajo pedagógico, que la gente sepa lo que ve».
Su dedicación al cine también va por ese camino: «Yo hago carteles de cine porque vi una oportunidad. Siempre he sido muy cinéfilo y observaba que había muchas cosas que se podían hacer que no se estaban haciendo. Lo que hacían Cruz Novillo y Querejeta, por ejemplo, era brillante y poco habitual. El diseño gráfico para cine está cambiando en España, se le presta más atención. El cartel debe atraer, y en el ruido publicitario de hoy es muy difícil. Por ello debe ser diferente sin tener miedo a la diferencia».
Es muy buena noticia que esta forma de hacer sea posible y sostenible. Seguiremos atentos a este personal camino gráfico por los márgenes del cine.