Madrid Design Festival impulsa un concurso especulativo para rediseñar polígonos industriales por 2.500 euros y sin compromiso de ejecución

La convocatoria Rediseña Madrid Industrial, impulsada por Madrid Design Festival junto a la Asociación de Polígonos Industriales de Madrid y patrocinada por la Comunidad de Madrid, propone intervenir en dos polígonos industriales de Humanes de Madrid mediante señalética, identidad visual y soluciones urbanas.

Hablamos de diseño gráfico, diseño urbano, pensamiento estratégico y viabilidad espacial. No es menor. Sin embargo, el marco que plantea el certamen resulta profundamente descompensado y difícil de justificar desde una óptica profesional. Las bases lo dejan claro.

El primer problema es su carácter abiertamente especulativo. La convocatoria exige propuestas completas —conceptuales, visuales y argumentadas— que deben responder a criterios como viabilidad, coherencia estética, sostenibilidad, usabilidad o adaptación al entorno. No se trata de ideas preliminares ni de ejercicios exploratorios: se piden proyectos pensados para poder ejecutarse en un contexto real, con todas las implicaciones técnicas y estratégicas que ello conlleva. Sin embargo, solo una propuesta recibe remuneración; el trabajo del resto de participantes, aunque haya supuesto días o semanas de dedicación profesional, queda completamente fuera de cualquier compensación económica.

A esto se suma una remuneración claramente insuficiente incluso para el proyecto ganador. El premio asciende a 2.500 euros brutos, sujetos además a la correspondiente retención fiscal, una cantidad que difícilmente cubre el tiempo, la experiencia y los recursos necesarios para desarrollar un planteamiento de esta envergadura. El desequilibrio entre lo que se solicita y lo que se paga es evidente: se exige pensamiento estratégico, diseño aplicado y criterio profesional a cambio de una cifra que no se corresponde ni de lejos con los costes reales del trabajo requerido. Un planteamiento que, en la práctica, devalúa el propio valor del diseño que dice querer reivindicar.

El tercer punto crítico es que no existe ningún compromiso de ejecución. Las bases lo especifican con claridad: la materialización de los proyectos, la búsqueda de financiación o la gestión de ayudas necesarias quedan fuera del alcance del concurso. El diseño se premia como idea, se exhibe simbólicamente, pero no se garantiza que llegue a transformar nada. El premio no remunera un encargo real, sino una propuesta con una posibilidad remota de convertirse en proyecto, algo especialmente cuestionable cuando la iniciativa cuenta con el respaldo de una administración pública.

Todo ello desemboca en una cuestión de fondo difícil de ignorar: el uso del diseño como recurso simbólico barato. El discurso del certamen habla de visibilizar el potencial del diseño, de humanizar entornos industriales y de generar procesos transformadores. Un relato atractivo y necesario. Pero cuando ese discurso no se acompaña de presupuestos acordes, compromisos claros de ejecución y condiciones profesionales mínimas, el diseño deja de ser una herramienta estratégica para convertirse en un elemento decorativo, útil para construir relato institucional sin asumir el coste real de hacerlo bien.

Que este planteamiento se produzca en el marco de Madrid Design Festival resulta especialmente preocupante. No es una iniciativa marginal ni un concurso menor, sino una convocatoria vinculada a uno de los eventos que más claramente enarbola la bandera del diseño en el ámbito institucional y cultural. Defender públicamente la importancia del diseño y, al mismo tiempo, promover concursos especulativos, sin compromiso de ejecución y con remuneraciones tan bajas que ni siquiera resultan atractivas en un contexto formativo, es una contradicción difícil de sostener.

No se trata de un concurso ilegal ni opaco. Las bases son claras y no esconden sus condiciones. Pero sí es un ejemplo contundente de cómo se normaliza el trabajo especulativo en el diseño, incluso bajo discursos de innovación, impacto social y transformación territorial. Y que esto ocurra en un certamen que se presenta como altavoz del valor del diseño no solo es incoherente: es, sencillamente, inaceptable.

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