En un comunicado Escif explica los motivos creativos de su obra de la Falla del Ayuntamiento de Valencia, que ha suscitado polémica por algunas de las figuras que aparecen en la misma.
“El que hace algo se equivoca. El que no hace nada está equivocado”.
Francis Alÿ
Como diseñador de la Falla Municipal de Valencia, ante el malestar suscitado en parte del colectivo migrante, me siento en la obligación de emitir un comunicado de reflexión y autocrítica que permita añadir otra capa de contexto en el proyecto presentado en la plaza del Ayuntamiento.
Las fallas han sido tradicionalmente un espacio de crítica social comprometida con la realidad de cada momento; un espejo en el que se han reflejado las verdades incómodas que nos interpelan como sociedad; un altavoz abierto en el que mostrar nuestras vergüenzas y contradicciones.
Si bien así han sido las fallas tradicionalmente, la verdad es que en los últimos años, este aspecto esencial, ha menguado progresivamente dejando mayor espacio a un alarde preciosista de destreza y producción técnica. La ironía, la sátira y la crítica están pasando a un segundo plano ante la llegada de espectaculares figuras, equilibrios imposibles y colores infinitos.
Mi propuesta de este año para la Falla Municipal de Valencia fué escogida hace un año por un jurado independiente no vinculado directamente con ningún partido político. Mi apuesta era demostrar que es posible hacer una falla bella y monumental, sin abandonar la sátira y crítica social que siempre caracterizó esta cultura. “Dos palomas, una rama” muestra dos palomas enfrentadas por una rama de olivo y aborda con ironía la contradicción que conlleva hacer una guerra en nombre de la paz. Acompañando a la figura principal se disponen 9 escenas que de una u otra manera, señalan algunas de las contradicciones que nos azotan como sociedad. Una tortuga ninja atrapada en un plástico de los que sujetan las latas de refrescos; dos hombres prehistóricos intentando hacer fuego con un teléfono móvil; o unos migrantes saltando la valla de la mascletá. Esta última es la imagen que ha suscitado la polémica.
En esta escena se muestran cuatro subsaharianos saltando una valla, que bien podría ser la valla de Melilla, reproduciendo una imagen muy simbólica que desafortunadamente todos tenemos muy presente. Esta imagen se completa en la plaza cada día a las 14.00 horas cuando detrás de la valla tiene lugar la mascletá en la que el humo, la pólvora y el estremecedor sonido nos lleva a lo que bien podría entenderse como un escenario de guerra. Con esta escena, mi intención era justamente la de señalar el racismo estructural de una sociedad y un país que criminaliza la llegada de migrantes sin cuestionarse los motivos que les lleva a estos a tomar la dramática decisión de abandonar su lugar de origen.
Los 4 migrantes presentados sobre la valla son subsaharianos porque es esta población la que más sufre esta discriminación. Se ven obligados a salir de sus países, a dejar a sus familias, a sus vecinos y amigos, su casa y su tierra, en muchas ocasiones empobrecida por la explotación occidental, o sufriendo las atrocidades de la guerra. Atraviesan, en condiciones adversas, países y desiertos y terminan arriesgándose a morir en pateras o saltando vallas, cada vez más altas y peligrosas, para llegar a los países occidentales en los que son mal recibidos. Algunos mueren de las heridas causadas con las concertinas en las vallas, otros son devueltos en caliente “ilegalmente” o encerrados en los CIES en condiciones infrahumanas.
La mayoría de estas personas tienen grandes dificultades de tener un trabajo digno, o de llegar a conseguir la nacionalidad española. Son explotados de manera ilegal en los trabajos que nadie quiere: invernaderos, agricultura temporera, o top manta. Son observados con desconfianza.
En la escena que propongo para esta falla, el protagonismo no versa sobre las figuras de los migrantes que por sí solas no construyen una narrativa. Es la valla y, sobre todo, lo que sucede tras ella lo que nos invita a entender que estas personas arriesgan su vida huyendo de una tragedia de la que, directa o indirectamente, somos todas responsables. Los fuegos y explosiones de la mascletá que todos miramos con entusiasmo, bien podrían representar una de las guerras que obliga a desplazarse diariamente a miles de personas. Es aquí donde el espectáculo se convierte en crítica social. Es aquí donde la realidad se filtra en las grietas de la ficción. Es aquí donde los monumentos falleros recuperan el compromiso de reflejar aquellas verdades incómodas a las que, como sociedad, preferimos no mirar.
A pesar de las intenciones bajo las que se ha construido esta pieza, la poesía nunca fue un discurso cerrado, sino más bien todo lo contrario. Es el espectador quien, con la configuración de su mirada, completa la experiencia de una imagen.
En este caso concreto el colectivo “Resistencia Migrante Disidente” ha entendido que la escena de los migrantes es una “espectacularización del racismo institucional y una tokenización de las vidas negras y racializadas”. Entiendo que mi intención detrás de la escena no justifica el impacto negativo que haya podido tener y pido por ello disculpas a los colectivos afectados. Con mi trabajo siempre he intentado apoyar y reconocer la lucha de colectivos políticos activos por avanzar en un camino común de empatía y solidaridad. Aplaudo pues la crítica y la reflexión en torno a la falla presentada este año; que veo como una oportunidad para abrir un diálogo necesario sobre el uso del espacio público como espacio crítico y de reflexión. A su vez siento que esta situación me ayuda personalmente a repensar mi práctica y a cuestionarme la relación de mi trabajo con las diferentes capas de realidad que lo sostienen.
Suscribo firmemente la premisa de que ningún ser humano es ilegal y espero que este incidente pueda ayudar a mantener abierto el debate sobre nuestra participación y responsabilidad en torno a políticas que agreden la integridad y los derechos de cualquier persona.
El arte es una ficción que nos acerca a la realidad. Las fallas son cultura y festividad, pero también son sátira y crítica social; son una expresión de la vida en el espacio público y, como tal, son el reflejo de todas y cada una de las capas que la construyen. Repensando las fallas, repensaremos también el lugar que ocupamos en este complejo entramado que es la ciudad. Entendiendo nuestras diferencias, podemos avanzar juntas en un mismo camino.
Dos palomas, una rama de olivo.