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Juanjo López, pasión por las letras, los trastos viejos y la francachela

Por Inma Vera
04/01/2019
en Entrevistas
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REDES
1.2k
LECTURAS

El tipógrafo, impresor, rotulista y diseñador, también conocido como Juanjez, es todo un carácter de Madrid que recoge, recopila y produce letras con personalidad e identidad propia. Haciendo unas veces una labor de recuperación y documentación de lo autóctono para hacerlo visible y accesible; otras, reinterpretándolo y ofreciéndonos una mirada fresca; y siempre, haciendo lo que le apetece y disfrutando al máximo.

Hablamos con Juanjo López, todo un personaje de lo más representativo de la movida tipográfica madrileña; voz con múltiples alternativas y un mensaje claro: amante de las buenas compañías, el helado de turrón, y lo auténtico.

Curiosos sobre como empezó esta pasión, Juanjo nos cuenta que es algo relativamente reciente. «De pequeño ponía “sociales” y “matemáticas” en los apuntes mejor que el resto de la gente, pero yo en realidad lo que hacía era dibujar. Dibujaba mucho, todo el rato, pero no especialmente letras. También tuve mi época heavy de hacer los logos de los grupos en los casetes, pero tampoco era algo que me interesase de manera especial. De hecho, hasta que no estaba a la mitad, o casi terminando Bellas Artes no me enteré de que existía el diseño, ¡y yo hice escultura! Me metí en el diseño por los cursos del paro y para tener un trabajo de cualquier cosa, luego me gustó. En un momento dado empecé a buscar clases de caligrafía pero ya llevaba bastantes años como diseñador».

Juanjo lleva siendo freelance desde el 2004. La «crisis» la aprovechó para descubrir su verdadera vocación y ha hecho de ella su modo de ganarse la vida. Una bonita forma de «darle la vuelta a la tortilla» y mostrarnos que los momentos de escasez y duros son también puntos de inflexión que podemos aprovechar a nuestro favor y que definitivamente nos cambian la vida, tal vez no en riqueza material, pero desde luego compensan.

Primeros pasos

Al salir de la carrera empecé a trabajar haciendo decorados, escenografías para centros comerciales del tipo “un Papá Noel de 5 metros” o para una peli o para lo que fuera y estuve en eso unos pocos años. Entre tanto iba por la tarde a Madrid a una escuela, a hacer cursos de 3D, photoshop, freehand y lo que cayese. Eso duró meses y meses y yo creo que de toda la gente que hicimos ese curso, solo al final, dos o tres sabíamos donde acababan los archivos cuando le dabas a “guardar como”… la mayoría no se enteraba de nada. Un amigo que trabajaba haciendo 3D en una empresa me dijo: “Necesitan a alguien que haga diseño”. Y dije: “Pues venga, yo”. Y me metí allí sin tener la menor idea. Yo ni siquiera tenía ordenador en mi casa. Bueno, sí, acababa de comprarme uno a mis veinti muchos años. Me gustó la experiencia, era un sitio desastroso, pero lo pasábamos muy bien y ya ahí fui empalmando estudios hasta acabar por mi cuenta. Pero todo autodidacta, cursos del paro y ya.

Diseñador freelance

Me hice autónomo porque me fui de una empresa que no me gustaba y nada más irme, mis antiguos jefes me estaban encargando cosas. ¡Podía trabajar sin verles la cara y cobrando más! Cuando te conviertes en un proveedor, de repente, todo son alfombras rojas cuando llegas, en vez de capones. Te tratan como a otro empresario en vez de como a un pringao. Era un tiempo en que había mucho trabajo y yo hacia animaciones en flash. Estuve así unos años, y realmente me sobraba tiempo al día. Trabajaba poquísimo y ganaba muchísimo. Fue ahí cuando me empezó a interesar la tipografía, la usé para llenar tardes de aburrimiento. Y luego, con el tiempo, flash ya no existía y también llegó la crisis, con lo cual muchos de mis clientes desaparecieron.

Hablamos del 2008-2009, de pronto el diseño gráfico estaba muy mal pagado, los sueldos bajaban y todo era un desastre. En aquel momento empezó la ‘subsistencia’. La tipografía, que era una especie de hobbie por así decirlo, se empezó a convertir en un ingreso.

Mientras que mi trabajo normal iba desapareciendo, la tipografía iba comiéndome más tiempo, dándome más dinero. No suficiente para vivir, pero hacía más ilusión hacer un lettering, una rotulación para alguien, que hacer la enésima página web mala y aburrida… porque en realidad tampoco me gustaba hacer eso.

Descubriendo el diseño de tipos

Un día, en mi casa, descubrí que había programas para hacer tipografías y a las 3 horas o así ya había hecho una empezando por la A y acabando por la Z. En media hora más la había subido a Dafont y se la había enseñado a mis amigos, que se la bajaron y habían empezado a usarla. No sabía para qué servía nada de ese programa, sólo me puse a dibujar. Bastante alucinado estaba con que podía hacerlas como para pensar en venderlas. A parte de que me hubiese dado vergüenza vender eso… Y el caso, es que a lo tonto, esa tipografía, con los años, y como en Dafont es gratis, la gente se la baja por miles y la última vez que lo vi se la habían descargado 30.000 personas. Era relativamente fácil encontrártela en un tebeo, un libro, en cualquier cosa. ¡Eso te hace ilusión!

Además, como diseñador yo no tenía buenos clientes, ni hacía cosas que pudieras andar enseñando por el mundo, en cambio, como diseñador de tipos, de una sola tipo, para mis amigos diseñadores yo era el que más sabía del mundo.

Era una cosa bastante absurda, producto del desconocimiento. Si yo hubiese sabido algo más no me habría atrevido a poner eso en el mundo, pero precisamente por no saberlo, me abrió un campo y empecé a pensar en la siguiente y en la siguiente.

Cada vez que hacía una, me leía un poquito el manual del programa y siempre aprendía algo y decía “mira, si hay una cosa que se llama kerning, ¡no lo sabía!”. Todo era un desastre, sin ninguna base, sin preguntar a nadie, sin leerme un libro, sin dedicarle mucho tiempo (lo que sí hacía era caligrafía y lettering) hasta que hice el curso del IED de tipografía de Unos Tipos Duros. Ahí fue cuando por primera vez alguien me dio clase. Llegó José Ramón Penela y nos explicó la historia de la tipografía y del diseño y yo no tenía ni la menor idea. Hombre, te compras libros, lees de la Bauhaus… pero de la historia de la tipografía…. ¡O tener clase con Andreu Balius! Me acuerdo que esos meses iba andando a un palmo por encima del suelo, estaba alucinado. Empezabas de cero e ibas cogiendo velocidad. Como ya había hecho tipos antes, aunque fueran autodidactas, era el alumno pelota de la clase, el que estaba más flipado.

Coincidió con que tenía menos trabajo, por lo que tenía muy claro que si empezaba una tipografía era para acabarla. En general, en los cursos nunca te da tiempo… Luego te tienes que poner en tu casa, que es lo difícil, cuando ya no están ni los compañeros ni el profesor. Me di 15 días de recuperación y en unos meses acabé la tipografía del curso y la puse a la venta, para aquel entonces ya no regalaba las tipos. Se notaba la diferencia que hay entre una tipo autodidacta y una que has hecho con buenos consejos. No es que ganes dinero de verdad, pero eso va para adelante y te pones a hacer la siguiente, ya conociendo gente a la que preguntarle, teniendo unas referencias, un qué se yo, un pequeño bagaje… No dejas de ser un autodidacta, porque no vas a preguntarle al profe toda tu vida, pero con una base todo empezó a ser mejor. Por lo menos ya no eran tipografías absolutamente cochambrosas, que ya es una ventaja.

La Familia Plómez

Ese curso no solo me vino bien para aprender sobre diseño de tipos, sino por los compañeros y profesores que conocí allí, que es gente con la que he seguido en contacto. Entonces todos seguiamos viéndonos para tomar cañas y en varias conversaciones hablábamos de crear La Familia Plómez. Pensábamos alquilar alguna esquina en un taller de pintura de los amigos de no sé quién, donde la idea era poner un chivalete que tenía alguien en casa y una maquinita. Esa idea –de alguna manera y porque se apuntó más gente– acabó convirtiéndose en alquilar nuestro propio local, en comprar material, etc.

A parte de que nos lo pasamos bien, de que imprimimos, de que todos estos años hemos hecho muchas cosas, el dedicarnos a hacer los cursos que nadie sacaba en Madrid, el mover la escena tipográfica madrileña trayendo gente a hacer caligrafía, tipografía, –en un momento, además, que el IED dejó de hacer el curso–, para nosotros significa mucho y estoy muy contento de cómo ha salido. Ha funcionado muy bien, porque Madrid es una ciudad en la que no había nada y de repente empezamos a demostrar que se podían hacer cosas. Además, seguir en contacto con Ramon Penela, Andreu Balius, Oriol Miró, Iván Castro… Al final acabas metiéndote en este mundillo y conociendo al resto de la gente.

Este curso también me permitió haber acabado siendo amiguete, digamos, de la pequeña escena Lletraferit española. También con los Plómez he pasado de ser alumno a ser profe. De alguna manera, dando charlas, acabas conociendo a más gente y acabas en la red de los que montan las cosas.

Cuando te quieres dar cuenta, estás metido y te acuerdas de que dos años antes estabas en tu casa leyéndote el manual del programa… Y todo esto ha sido posible sobre todo gracias a Penela, catalizador de la gente que pasa a su alrededor, a base de poner a todo el mundo a hacer cosas, que es lo que le gusta. Es un tío muy generoso, que te ayuda en todo lo que pueda. En este tipo de cosas también yo intento hacer más o menos lo mismo: dedicar tiempo a todos los alumnos que vienen a los cursos, aunque sea años después.

Encargos tipográficos

La manera de tener un sueldo, de ganar dinero de verdad, es hacer tipografías por encargo. Que una empresa –de lo que sea– diga que quiere una tipografía solo tuya –que presupuestas, haces y cobras–, es fantástico. Pero si no tienes ningún encargo de esos, te dedicas a hacer las tuyas. Hago lo que me gusta a mí y cada una de mis tipos tiene su historia: puede venir de un libro que vi en el rastro, un rótulo, unos ejercicios con la plumilla, unas formas que me han gustado… y de ahí la sacas. En realidad no vas a hacer nada que no haya hecho nadie antes alguna vez, pero hay infinitas reinterpretaciones de lo mismo y si es la tuya y a ti te gusta, te entretiene, se vende, y alguien te paga por ella, está fenomenal.

Madrid como fuente de inspiración

Es inspirador desde el punto de vista de que es una capital donde pasan cosas. Madrid tiene más letras antiguas por la calle que la mayoría de las ciudades. Y cuanto más las conoces, más le pillas el truco a lo que hace que sean distintas aquí. Pero eso no significa que te interesen para trabajar con ellas. Son simpáticas, pero muchas veces son horribles, no tienen nada de bueno. En algunas tipografías sí me inspira Madrid, pero en otras nada de nada.

Tampoco hay una cultura castiza tipográfica muy extensa. No es comparable con Ámsterdam o París.

También es verdad que la parte poco pretenciosa y humilde de las letras madrileñas, personalmente me parece interesante. Los rótulos que ves por la calle no son de oro, con un trabajo de madera super elaborado. Al revés, es humilde. Me gusta muchísimo ver una carbonería que tiene su estilo, ya que tenían sus colores propios. Es curioso que en realidad los mejores rótulos de Madrid no sean de tiendas de lujo, sino de cualquier negocio cutre, pero que lo ha hecho lo mejor que ha podido. Ese rollo sí que me gusta: es una actitud. Nadie va a cruzar el mundo para ver un edificio de Madrid, pero cuando vives aquí te gusta ese mismo edificio, una calle… te gustan ciertas cosas».

Proyectos futuros

Como proyectos tengo al menos dos o tres tipos a medias, un curso en Amberes donde hay mucho que hacer, y con unos amigos estamos fotografiando todas las calles de Madrid, calle a calle, sin dejarnos ni una. Lo cual, con estos inviernos se está alargando, porque además, vamos cuando podemos. Tenemos ya cubierta una buena parte de Madrid. Todavía no sabemos qué hacer con ello, pero sea lo que sea, a mi me gustaría que fuera un libro tarde o temprano. Y aunque tenemos unas ideas sobre lo que debería incluir, como debería ser, está todo nebuloso y hasta que no terminemos con las fotos no podemos ponernos a pensar en mucho más.

Haciendo eso hemos conocido a una gran cantidad de gente interesante: un montón de dueños de negocios que nos han contado de todo. Y entre ellos, a José Antonio Gans, el dueño de la imprenta y fundición tipográfica Richard Gans, que tiene un patrimonio estupendo. Y luego, a mí lo que me gustaría sería tener siempre algún encargo de tipografía y compaginarlo con lo mío. Los encargos te dan de comer y lo otro te da de pensar.

→ Fetenletters.

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