Europa deja caer la política de diseño: 37 países sin estrategia, fragmentación y un mapa peor que hace una década… ¿y qué hace BEDA?

Europa ha retrocedido en la construcción de políticas públicas de diseño. Esa es la conclusión más contundente que deja el Design Policy Mapping in Europe, el informe recién publicado por el Bureau of European Design Associations (BEDA). Según el documento, solo Letonia e Islandia mantienen hoy estrategias nacionales de diseño formalmente adoptadas. El resto del continente —37 países— se mueve entre menciones dispersas, integración superficial y un paisaje político que, lejos de avanzar, muestra una pérdida evidente de ambición respecto a la década pasada. En los años 2010, más de una docena de países contaban con políticas de diseño aprobadas por sus gobiernos. Hoy, aquel impulso ha desaparecido. La mayoría de estrategias se han desmantelado, otras han quedado obsoletas y algunas nunca llegaron a consolidarse. El informe retrata un continente donde el diseño aparece mencionado en documentos sectoriales —innovación, economía circular, competitividad industrial, cultura o digitalización— pero sin peso estructural, sin gobernanza clara y sin continuidad presupuestaria ni institucional. La paradoja es evidente. El diseño aparece “más visible que nunca”, como señala el propio informe, pero esa visibilidad es superficial. No implica recursos, programas, ni instrumentos. Es presencia retórica, no política pública. Que un plan de sostenibilidad hable de ecodiseño o que una estrategia de digitalización mencione el diseño de servicios no significa que esos países hayan integrado el diseño en sus sistemas de decisión o en sus estructuras administrativas. El análisis también subraya un problema crónico: la fragmentación. Las pocas iniciativas existentes se reparten entre ministerios, agencias y programas que no dialogan entre sí. El diseño queda atrapado entre cultura, industria, innovación, educación o economía circular sin que ninguna estructura se responsabilice de su desarrollo. Y sin esa coordinación, resulta imposible transformar el reconocimiento simbólico en impacto real. BEDA ante el retroceso: ausencia de autocrítica y una inacción que ya no puede seguir ignorándose Pero más allá de los datos, el informe deja otro vacío difícil de pasar por alto: la ausencia total de autocrítica institucional. BEDA, la entidad que lo publica, existe desde 1969. Lleva más de cincuenta años representando al diseño europeo, solicitando fondos públicos y ocupando un espacio formal en el ecosistema institucional del continente. Y sin embargo, el mapa de 2025 muestra un retroceso histórico: menos políticas, menos estrategias, menos visión pública y menos compromiso gubernamental que hace diez años. ¿Cómo puede una organización que ha acompañado cada década del diseño europeo no asumir responsabilidad alguna en este declive?¿Cómo puede presentar un panorama donde el diseño pierde presencia política sin preguntarse qué ha fallado en su propia capacidad de influencia?¿De qué sirve diagnosticar la fragmentación si durante medio siglo no se ha articulado una estructura que contribuya a corregirla? El informe analiza a los países, pero no se analiza a sí mismo. Mide menciones, pero no impacto. Evalúa documentos, pero no evalúa su propia acción. Y mientras describe lo que falta —gobernanza, continuidad, coordinación— omite el papel que la propia BEDA no ha sido capaz de desempeñar. Existe una sospecha, extendida en el sector, de que estos informes de mapeo, meticulosamente financiados con fondos de la UE (como parte del proyecto MADres), terminan sirviendo más para justificar la continuidad y la estructura de las organizaciones intermedias que para forzar una ruptura estratégica en los gobiernos. Son la excusa perfecta para seguir reuniéndose, viajando y manteniendo el statu quo de la conversación, sin penetrar en la raíz del problema. El diseño no necesita más diagnósticos que corroboren lo obvio; necesita agentes de cambio político que transformen ese conocimiento en poder de negociación real y estable. Si el diseño es tan crucial para la sostenibilidad y la transformación digital, como bien indica el informe, la lección que BEDA y sus miembros deben aprender es que el actual enfoque de "habilitador silencioso" ha diluido su voz política. La integración transversal es necesaria, sí, pero no a costa de la desaparición de la identidad estratégica. Cuando el diseño se disuelve en "todo", corre el riesgo de no ser "nada" para el presupuesto y la continuidad política. Para los diseñadores europeos, a quienes se supone que representa, el valor práctico de este informe es escaso. Explica una situación que la profesión conoce desde hace décadas: Europa reconoce culturalmente al diseño, pero lo excluye de las decisiones políticas. Y las instituciones del diseño, en vez de transformar esa distancia, parecen limitarse a producir informes, asistir a reuniones y mantenerse en el circuito burocrático que alimenta su propia existencia. El Design Policy Mapping in Europe es un documento útil como fotografía comparativa, pero insuficiente para revertir la deriva que retrata. Europa ha dejado caer la política de diseño. Y mientras ese vacío crece, BEDA sigue sin responder la pregunta fundamental: ¿qué está haciendo —y qué debería hacer— para evitarlo?

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