El Guggenheim lanza un concurso especulativo que ofende al sector creativo

El Museo Guggenheim, un icono mundialmente reconocido de la arquitectura y la cultura, ha lanzado un concurso que ha generado indignación en la comunidad artística y de diseño. La convocatoria, titulada “Painting the Museum”, invita a artistas, tanto amateurs como profesionales, a enviar ilustraciones del edificio. Sin embargo, el premio no es ni una remuneración económica ni una oportunidad de colaboración profesional, sino un simple “pack de premios” que incluye una tote bag, un cuaderno y un bolígrafo.

La propuesta del Guggenheim no solo carece de incentivos económicos, sino que también utiliza una estructura de participación especulativa, un modelo que ha sido denunciado reiteradamente por profesionales del diseño, el arte y la comunicación. A cambio de la creación de contenido —en este caso, ilustraciones del museo— el único beneficio garantizado es la visibilidad en redes y la posibilidad remota de ganar un premio de valor simbólico.

Lo más preocupante es que el concurso no solo invita a trabajar gratis, sino que busca generar una campaña en redes sociales con el esfuerzo colectivo de sus participantes. El museo anima explícitamente a los concursantes a compartir su trabajo y “a invitar a sus amigos a votar”, maximizando así su propio engagement y alcance digital. En otras palabras, el Guggenheim se asegura una estrategia de marketing efectiva y masiva sin gastar un euro en contenido profesional.

¿Es aceptable para un museo de estas dimensiones?

El Guggenheim no es cualquier institución; es un referente cultural que recibe importantes cantidades de financiación pública, además de contar con una sólida base de recursos privados. Por ello, iniciativas como esta resultan una burla al sector artístico, tanto para creadores emergentes como para profesionales. En lugar de valorar el trabajo creativo, lo trivializa, reduciéndolo a un simple ejercicio de “fan art” que no reconoce ni remunera el esfuerzo ni la calidad.

En un contexto donde se debate constantemente sobre la precarización de los artistas y diseñadores, un concurso de esta naturaleza envía un mensaje preocupante: que el trabajo creativo no merece compensación, incluso cuando se realiza para una institución con recursos.

¿Es tiempo de exigir un cambio?

La indignación generada por esta iniciativa pone sobre la mesa una cuestión urgente: las grandes instituciones culturales, especialmente aquellas financiadas con dinero público, tienen una responsabilidad ética hacia el sector creativo. Es necesario replantear estos modelos especulativos y promover prácticas que valoren y remuneren el trabajo artístico.

En lugar de tote bags y bolígrafos, el Guggenheim debería ofrecer premios que dignifiquen el esfuerzo de los participantes: desde remuneraciones económicas hasta oportunidades de exposición profesional. De lo contrario, la institución corre el riesgo de alienar a la comunidad creativa y de perpetuar prácticas que solo contribuyen a la desvalorización del arte y el diseño.

El arte tiene un precio, y no debería ser una tote bag.

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