Andreu World y el negocio abusivo de su concurso de diseño

Andreu World cumple 70 años y ha decidido celebrarlo con un concurso internacional de diseño de mobiliario. Sobre el papel, la propuesta parece impecable: se invoca la New European Bauhaus, se menciona a la World Design Organization (WDO) como garante de buenas prácticas, y se reviste todo con un discurso de innovación, sostenibilidad y compromiso con el buen diseño.

Pero basta con leer las bases del concurso, que lleva celebrandose desde 2001, para descubrir un mecanismo profundamente abusivo que trata a los diseñadores como proveedores gratuitos de ideas.

El desequilibrio es tan evidente que resulta escandaloso. La empresa ofrece 7.000 euros en premios en total —5.000 para el primer premio, 2.000 para el segundo y tres menciones sin dotación— y, a cambio, puede quedarse con la propiedad y los derechos de explotación de todos los proyectos presentados, no solo los ganadores.

Esto significa que, con una inversión mínima, Andreu World tiene acceso a cientos de diseños internacionales inéditos, a prototipos desarrollados y a memorias técnicas completas. Ideas que, encargadas de forma profesional, costarían decenas de miles de euros, aquí se obtienen a coste cero.

Las bases son claras: “todos los proyectos presentados quedarán en propiedad de Andreu World, en exclusiva, que es quien adquiere los derechos de explotación sobre los mismos”. Esto incluye también a los participantes que no ganen nada. En otras palabras, el diseñador paga su maqueta, asume el envío internacional, arriesga su trabajo… y acaba perdiendo la titularidad de su obra sin ninguna compensación.

El remate es la cláusula sobre los vídeos: la empresa se asegura la cesión exclusiva y gratuita de todos los derechos para usarlos en cualquier formato, incluso con capacidad de cederlos a terceros. El diseñador ni siquiera puede decidir cómo se presenta públicamente su proyecto.

Trofeo para el ganador del concurso de diseño Andreu World

El espejismo de los royalties

Las bases hablan de “los correspondientes royalties” como retribución para los proyectos que puedan llegar a producirse. Pero no se concreta absolutamente nada: ni porcentaje, ni duración, ni forma de cálculo. ¿Será un 1 % de las ventas netas? ¿Un 5 % del beneficio? ¿Un contrato limitado en el tiempo o indefinido? Nada de esto se define.

En realidad, la mención a los royalties funciona como un señuelo. Una promesa vaga que suena bien en el papel, pero que en la práctica deja al diseñador en una posición de completa indefensión. La empresa se reserva todo el control, mientras el autor queda a expensas de la buena voluntad de Andreu World.

Otro aspecto problemático es que ni siquiera se garantiza la producción de los proyectos ganadores. Las bases dicen que solo se producirán los diseños que “se adapten a los criterios de Andreu World que pueda considerar en cualquier momento convenientes”. Es decir: la decisión es unilateral y sin compromiso alguno.

En el mejor de los casos, el diseñador obtiene un premio económico puntual y la vaga posibilidad de que su pieza llegue a fabricarse. En el peor, cede todos sus derechos sin que su obra se produzca jamás.

El derecho preferente: un bloqueo añadido

Por si fuera poco, la empresa se otorga un derecho preferente de tanteo sobre cualquier propuesta, premiada o no. Eso significa que, incluso si un diseñador quisiera negociar su idea con otra empresa, Andreu World tendría prioridad para apropiársela. El autor no solo pierde la titularidad, sino que además queda atado de pies y manos para mover su proyecto en el futuro.

Las bases son claras: “Andreu World tendrá derecho preferente para una posible negociación con cualquiera de las obras recibidas y podrá igualmente publicitarlas como considere, siempre que sea en referencia al concurso.”

Silla Kaulu de Alexander Rehn ganador en la edición 2024

Lo inmoral detrás del prestigio

La contradicción entre el discurso y la práctica. Mientras en el enunciado del concurso se habla de la New European Bauhaus, de la World Design Organization y de la defensa del diseño, las bases aplican un modelo que precariza y desprecia el trabajo creativo. Se utiliza la pertenencia a estas instituciones como fachada: un sello que aporta legitimidad, pero que no se corresponde con la realidad.

El propio CEO de Andreu World ostenta un cargo en la WDO, una organización que, en teoría, promueve las buenas prácticas en el sector. Pero al mirar lo que sucede en este concurso, queda en evidencia que ese cargo funciona más como un escaparate de contactos y favores que como una convicción real. Se participa en todos los foros internacionales, se habla el lenguaje de la sostenibilidad y de la ética profesional, pero no se interiorizan esos valores. Al contrario: se utilizan para blindar una práctica que, en el fondo, depreda el trabajo de los diseñadores.

Que una empresa con la trayectoria, el tamaño y el reconocimiento internacional de Andreu World recurra a estas prácticas no es solo cuestionable: es inmoral. Con un presupuesto de 7.000 euros —una cifra insignificante para una compañía de este nivel— se apropian del trabajo de decenas de diseñadores de todo el mundo.

El mensaje que se transmite es devastador: el talento creativo no merece un reconocimiento económico real, basta con darle un diploma o una mención. Se instrumentaliza el prestigio de la marca y las instituciones que se citan como garantes, para disfrazar lo que en la práctica es una operación de explotación.

Una celebración que desprecia a los diseñadores

El 70 aniversario de Andreu World podría haber sido la ocasión perfecta para demostrar generosidad y compromiso con la profesión. Podrían haber planteado un certamen ejemplar, con premios justos, cesión de derechos limitada a los proyectos ganadores, condiciones claras de royalties y un marco real de buenas prácticas.

En lugar de eso, han optado por un camino más fácil: convertir a los participantes en una cantera gratuita de ideas, acumulando proyectos en sus archivos a cambio de una suma ridícula.

Lo que Andreu World presenta como un concurso internacional de diseño no es más que un mecanismo de apropiación. Es legal, sí, pero es profundamente abusivo e inmoral. Que además se invoquen instituciones como la WDO y la New European Bauhaus como garantes de buenas prácticas no hace sino subrayar la hipocresía: se usan como fachada para ocultar que, en el fondo, siguen actuando como una empresa que depreda el trabajo de los diseñadores.

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