Por Nacho Lavernia.
No para de llover desde hace dos días. Llovía cuando me enteré, incrédulo, perplejo, que acababas de morir. Llovía a cántaros cuando Lidón y yo dejamos tu casa anoche para volver a la nuestra y dormir algo. Pero ha sido imposible. Sigue lloviendo ahora que te escribo sentado ante el ordenador, en la misma postura en que estabas tú cuando el corazón te traicionó. Terminando tu discurso de ingreso en la Real Academia de San Carlos. Aún estaba en la pantalla de tu portátil y leí algunos párrafos. Sentí rabia, Paco. Te has ido tan de repente que nos has dejado a todos con la frustración de no poder decirte adiós, de no poder darte las gracias por tu cariño, por tu amistad. Y con la terrible certeza de no volver a verte, de no poder oír todo lo que aun tenías que contar. Esa era la rabia de Lupe, tu compañera imprescindible, y lo será de Ona y de Bea, de las que tan orgulloso estabas. [sigue…]